Hoy se celebra en Argentina el Día del Inmigrante, en conmemoración del 4 de setiembre de 1812 en que el Segundo Triunvirato aprobó un decreto por el cual fomentaba la inmigración y radicación de ciudadanos provenientes de la Europa devastada por el hambre. Sería más tarde, con las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda fundamentalmente, que se haría masiva.
La idea de poblar el vasto territorio argentino con individuos de raza europea que reemplazara a los "ociosos indios y gauchos" era una vieja reinvindicación de los sectores más "cultos" de la sociedad. Sarmiento, que ya había impulsado la llegada de maestras y la plantación de árboles estadounidenses, siempre abogó por la llegada al país de inmigrantes holandeses y nórdicos a los cuales consideraba "una raza superior". En cambio llegaron españoles, italianos, polacos y rusos, es decir, la bosta de Europa. Encima los rusos eran judíos. Al menos los polacos eran rubios, ¿no?.
Uno de aquellos hombres que llegaron a estas tierras con una mano adelante y la otra atrás, y cuya historia familiar quiero rescatar, se llamaba Pasquale Cutrone. Se bajó del barco en 1873, dejando en Italia a su mujer (y prima) María y a su hijo recién nacido Miguel, quienes llegarían un año después gracias a las remesas que les enviaba papá desde l'Argentina. Se radicaron en Junín, provincia de Buenos Aires, pampa llana y fértil tan distinta a la montañosa región del Molise que dejaban atrás.
Quiso el destino que casi cincuenta años después una de sus hijas, Cecilia, se casara con el capataz de la finca que con años de arduo y abnegado trabajo había conseguido hacer prosperar. El peón en cuestión se llamaba Liberato, y era italiano también -lo que facilitaba la comunicación entre ambos-, de la región de los Abbruzzos, al norte de Molise. Humilde pero orgulloso, el yerno construyó con sus propias manos la casita de material donde iba a vivir y formar una familia, numerosa como era frecuente en la época. Pero la fatalidad llegó antes y en 1926 fue asesinado de un disparo en el hígado por un embriagado y pendenciero vecino ex-agente de policía. Un año y cuatro días antes había nacido su primer hijo, llamado igual que su papá: Liberato, mi abuelo "Cacho".
Dos siglos después
Hay gente que olvida estos orígenes de la Argentina. Hay gente que piensa que los inmigrantes se llenaron de plata porque la tierra acá es tan fértil que cualquier cosa crece. Piensan que es igual que con estos bolivianos y peruanos indocumentados de mierda que cada día hacen más ostentación de su opulencia. Y encima, no contentos con las pingües ganancias que les deja el comercio de ajos y pimientos -o fotocopias-, tambien tienen que dedicarse al narcotráfico. Claro, eran ellos. Y no me hagan hablar de las prostitutas rusas que esparcen pestes a 300 pesos la participación -a diferencia de las paraguayas que cobran 30- o los mafiosos supermercadistas chinos que, seguro seguro, son los responsables de los números fraguados del IndeK. Habría que investigar si el arreglo es recibirle todos los tickets a Moreno.
Pero por suerte hay historias más felices y menos sufridas. Kasem Merched Dandach llegó a las yermas tierras cordobesas hace más de 15 años. Nacido entre las riquísimas ruinas romanas de Baalbek, República del Líbano, llegó escapando de la sangre y el fuego que proponían los bombardeos israelíes y el sectarismo fundamentalista de Hezbollah. Munido de su sonrisa inocente y su deseo de progresar y formarse en la bonhomía tan propia de los argentinos, formó una familia y adoptó la ciudadanía de su país de adopción, a pesar de tener serios problemas para aprender la lengua castellana que por estos lares utilizamos para comunicarnos. Sin embargo, decidido a no dejarse vencer por semejante nimiedad y demostrando verdadero amor a la Patria en el más noble de los sentidos, fundó con escasísimos recursos -acompañado de otros descendientes de Ismael y Agar tales como Jiad Sleiman, Mustafá Adris y Jorge Kassis- el Movimiento de Acción Vecinal, un partido independiente con el cual comenzó una fulgurante carrera política llevando en alto -bien en alto- la defensa de los intereses del vecino común y corriente, aquel que no se siente representado por nadie.
Paz y Progreso
En 2001 Kasem alcanzó el pináculo de su sueño argentino: con 105.000 votos llegó a la Legislatura Provincial. Poco importaba que su boleta fuera muy parecida (hasta llevaba la foto) a la del candidato a Senador Nacional por la UCR Rubén Américo Martí. Su participación, certera a pesar de la atravesada jerga que brota desordenadamente de su boca, tuvo momentos de alto impacto mediático que aún resuenan en los pasillos del edificio de la Legislatura: "Cuánta plata te pusieron, libanés choro", le inquirió furioso el legislador radical Jorge Font en un cruce que quedó grabado para la TV. El desubicado radicheta continuó exclamando improperios hacia el sorprendido tuareg de los escaños: "hijo de puta, cagador". Tamaño ataque fue consecuencia del libre ejercicio del voto, el arma de la democracia empuñada por Dandach. Si Font no estaba de acuerdo, no necesitaba injuriar el buen nombre de Kasem.
Tras no ser reelecto para la ahora reducida legislatura en la elección de 2003, Kasem volvió a trabajar como siempre lo hizo, sin descuidar su carrera como representante popular. Y sus lágrimas de sudor fueron recompensadas: en la elección de ayer su querido MAV, llevando la candidatura a intendente de Olga Riutort, lo llevará de vuelta a ocupar una banca en la Unicameral a partir del próximo 10 de diciembre. ¡Feliz Día del Inmigrante Kasem!
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