Hoy, después de rendir Ginecología con un distinguido 9 (humildemente no me merecía menos), decidí hacer los trámites que por el examen había postergado: retirar la tarjeta del banco, hacerme de dinero para la peregrinación iñakista a Rosario, y dar una vueltita por el Monumental de Alta Córdoba que tanto lo extrañaba. Cuando entré, me encontré con una sorpresa: Instituto tiene un Profesorado en Educación Física, con alumnos y todo. Entonces me dije: "che, a estos tipos está dirigido el curso de Soporte Vital Básico, ¿no les interesará?"; y pedí entrevistarme con el responsable del profesorado.
Me atendió un pelado de anteojos con cara de dirigente deportivo, enfundado en una campera de cuero pésimamente combinada con una bufanda escocesa (de $60) y que se llamaba Molina. Le comenté el objetivo del curso, quién lo dicta, los antecedentes del instructor y por qué le sería útil. El viejo, mientras, despreocupado miraba cada tanto hacia la ventana. En una de esas me hace la primera pregunta:
- ¿Y qué costo tiene el curso?
- 100 pesos. Más los pasajes del instructor desde Buenos Aires - le contesté.
- Es un curso caro. Acá a los alumnos los tenés que correr con una escopeta para que paguen la cuota imaginate un curso así... Pero me interesa. Vamos a hablarlo con el Profe especialista en todo esto que ya debe estar por salir de la pileta. Vas a ver, no le das 5 pesos, pero es diplomado en Alemania. Mirá ahí justo sale.
Diez minutos después entró el Profesor Diplomado en Alemania: un viejo de 38 kilos con una cara de pelotudo que asombraba, ojos vidriosos, nariz prominente y pómulos marcados, convenientemente acompañados de una dentadura en dudoso estado de conservación y arañitas vasculares en la toda la superficie facial, cuadro de espanto que me hacía presuponer que por las noches se entibiaba con el método Toro de combate al frío. Ni hablar de su proficiencia en el idioma alemán. "¿Sprechen Sie Deutsches?" le tendría que haber preguntado. Ahí capaz que lo cagaba. Digo capaz porque en una de esas era verdad.
Tras repetirle lo mismo que le dije a Molina, el viejo empezó a decir una sarta de gansadas -mirando a la mesa cada vez que se mandaba una- típicas de un fracasado innómine: "tengo los derechos del reglamento, que lo hice aprobar por la Comisión de Deportes de la Bicameral", "los alemanes de la Sociedad Alemana de Salvamento venían acá a mirar el curso, alzaban la plata y después se iban... claro, se hacían la plata con el laburo mío" y otras estupideces por el estilo.
Y en eso, interrumpió Molina:
- ¿Y para el Profesorado cuánto queda?
Interpreté que me quería decir "qué gano yo con todo esto". Exactamente, continuó:
-Porque te puedo llenar esto de gente; él y yo fuimos Inspectores Generales de Educación de la Provincia... Y no es lo mismo decir que quien convoca al curso es el Dr. Fulanito que no lo conoce nadie que decir "está avalado por el Inspector Molina y el Inspector Mazzondo", ¿me entendés? Pero tenemos que negociar, esto es así, no vas a venir a llevarte la plata y el trabajo y la gente lo ponemos nosotros.
Estos tipos eran funcionarios públicos... ¡Cómo puede ser que se trabaje así! No te digo que me apruebes el curso, sino que me lo rechaces o aceptes si te parece bueno, y no en base a la dádiva que puedas recibir. Así funciona el Estado. Pero ahora que se pueden llenar de guita con un emprendimiento propio, lo manejan igual. Y se van a fundir. Igual que el Estado.
Me atendió un pelado de anteojos con cara de dirigente deportivo, enfundado en una campera de cuero pésimamente combinada con una bufanda escocesa (de $60) y que se llamaba Molina. Le comenté el objetivo del curso, quién lo dicta, los antecedentes del instructor y por qué le sería útil. El viejo, mientras, despreocupado miraba cada tanto hacia la ventana. En una de esas me hace la primera pregunta:
- ¿Y qué costo tiene el curso?
- 100 pesos. Más los pasajes del instructor desde Buenos Aires - le contesté.
- Es un curso caro. Acá a los alumnos los tenés que correr con una escopeta para que paguen la cuota imaginate un curso así... Pero me interesa. Vamos a hablarlo con el Profe especialista en todo esto que ya debe estar por salir de la pileta. Vas a ver, no le das 5 pesos, pero es diplomado en Alemania. Mirá ahí justo sale.
Diez minutos después entró el Profesor Diplomado en Alemania: un viejo de 38 kilos con una cara de pelotudo que asombraba, ojos vidriosos, nariz prominente y pómulos marcados, convenientemente acompañados de una dentadura en dudoso estado de conservación y arañitas vasculares en la toda la superficie facial, cuadro de espanto que me hacía presuponer que por las noches se entibiaba con el método Toro de combate al frío. Ni hablar de su proficiencia en el idioma alemán. "¿Sprechen Sie Deutsches?" le tendría que haber preguntado. Ahí capaz que lo cagaba. Digo capaz porque en una de esas era verdad.
Tras repetirle lo mismo que le dije a Molina, el viejo empezó a decir una sarta de gansadas -mirando a la mesa cada vez que se mandaba una- típicas de un fracasado innómine: "tengo los derechos del reglamento, que lo hice aprobar por la Comisión de Deportes de la Bicameral", "los alemanes de la Sociedad Alemana de Salvamento venían acá a mirar el curso, alzaban la plata y después se iban... claro, se hacían la plata con el laburo mío" y otras estupideces por el estilo.
Y en eso, interrumpió Molina:
- ¿Y para el Profesorado cuánto queda?
Interpreté que me quería decir "qué gano yo con todo esto". Exactamente, continuó:
-Porque te puedo llenar esto de gente; él y yo fuimos Inspectores Generales de Educación de la Provincia... Y no es lo mismo decir que quien convoca al curso es el Dr. Fulanito que no lo conoce nadie que decir "está avalado por el Inspector Molina y el Inspector Mazzondo", ¿me entendés? Pero tenemos que negociar, esto es así, no vas a venir a llevarte la plata y el trabajo y la gente lo ponemos nosotros.
Estos tipos eran funcionarios públicos... ¡Cómo puede ser que se trabaje así! No te digo que me apruebes el curso, sino que me lo rechaces o aceptes si te parece bueno, y no en base a la dádiva que puedas recibir. Así funciona el Estado. Pero ahora que se pueden llenar de guita con un emprendimiento propio, lo manejan igual. Y se van a fundir. Igual que el Estado.
Para hacerla corta, la conversación siguió un rato largo, merced de las pelotudeces que seguía diciendo el viejo cara de borracho que por poco no dice que él inventó la enemistad entre los perros y los gatos, pero yo sabía dentro mío que con esta gente, tan sucia, no se podía trabajar. ¡Qué imbéciles! Tienen a cargo un Profesorado en Educación Física, con autorización PRECARIA de la Provincia (y que no me queda ninguna duda que la deben haber obtenido gracias a las amistades de Molina), con el peso del nombre y las instalaciones del Instituto Atlético Central Córdoba y lo desperdician contratando a gente inútil. Podría ser una mina de oro, si no fuera porque la administran dos ex-funcionarios públicos. Espíritu de negocios, que se le llama...
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