Aunque el tren había recorrido poco más de 100 kilómetros, el sol abrasador de la selva derretía los minutos, alargándolos. Todo intento por respirar se volvía insoportable. Los desvencijados listones de madera del vagón cincuentenario transpiraban sufrimiento. Una caseta de estilo británico de fin de siglo y un cartel, "Estación Guaycurri", eran la única alteración de la monotonía verde fuego.
El grupo de mujeres con flores en la mano que había abordado en Formosa se preparaba a descender. Era 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos, y seguramente se dirigían al cementerio local a llorar a sus muertos. El Doctor ya había tenido bastante de eso, allá en la guerra, ajena a su nacionalidad pero humana al fin. "El dolor no tiene fronteras", dijo cuando los paraguayos, creyéndolo un espía argentino, no dieron crédito a su ofrecimiento de ayuda desinteresada. Tres años en Asunción, y allá tambien había dejado una difunta a la cual le sería fiel toda la vida: Aurora, la irlandesa.
Había terminado en el Paraguay exiliado por causa de un gobierno fascista, que lo persiguió por difundir ideas anarquistas. Sin embargo el Doctor, en sus años de estudiante, había sido candidato a Diputado Nacional por el Partido Unitario. Pero hablar de seguridad laboral y la Ley del Trabajo en el Territorio Nacional del Chaco, capital de Anderson & Clayton y La Forestal, era mucho más de lo que se permitía decir por aquellos años.
Estaba en el andén, esperando el regreso de las mujeres para seguir viaje, cuando un grupo de personas alborota la estación vociferando y alzando las manos. No se les entiende nada, hablan en sus lenguas originarias. Un paisano traduce: están pidiendo un médico.
– Yo soy médico, pregúnteles qué necesitan.
– Dicen que hay una parturienta que no puede dar a luz desde hace tres días.
– Llévenme con ella.
Preocupado e incómodo, el sulky se internó de a poco en el monte. En una choza polvorienta una jovencita de 20 años yacía afiebrada sobre un colchón de pastos secos. No sería fácil, había perdido mucha sangre.
Al cabo de cinco horas, la niña pesó tres kilos. Muchos años después, llegó la noticia de que la mamá aún vivía en Tucumán, rodeada de sus nietos y bisnietos.
Pero el tren ya se había marchado. Tendría que esperar cuatro días más hasta que pase el próximo. A la mañana siguiente, una muchedumbre de tobas, polacos, matacos, ucranianos, pilagás, alemanes y cuanto ser humano escondía la selva lo aguardaba esperanzado. Todos habían escuchado el rumor de que había un médico en la zona.
Ya no pudo irse. Esteban Laureano Maradona dejó pasar el tren que lo llevaría a su consultorio en Buenos Aires y decidió quedarse ahí, donde más lo necesitaban. Y se quedó 53 años de su vida.
Ayer, en coincidencia con el día de su nacimiento, se conmemoró el Día Nacional del Médico Rural. Ironía del destino, había nacido en Esperanza.
todo lo he dado.
Luz de las estrellas
para alumbrar el camino.
Mi corazón humilde
se lo ofrecí al destino.
Regreso pobre de amor,
de ensueños y de esperanzas.
Una carga de lágrimas
sólo he traído,
un dolor puro y santo
como un niño dormido."
[Nota al pie de página] El título alude al nombre en pilagá que le dieron a Maradona. Significa "Doctorcito Dios".
1 comentario:
Qué lindo post!
No sabía la historia y me encantó!
Ojalá hubiese muchos mas argentinos ´de corazón generoso como él!
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