Hace varios días ya que me sumé a esta iniciativa de un grupo de bloggers, en la cual todos los blogs adscriptos escriben sobre un mismo tema, un mismo día. Un tema, un día, miles de voces. Esperemos que un poquito ayude (aparte de engrosar las cuentas bancarias de los responsables de esto).
El tema que nos compete hoy es el medio ambiente. Y para seguir en la temática que se ha tratado antes en el blog, voy a hablar del desmonte en la Argentina y de las consecuencias sociales, sanitarias, jurídicas, y económicas que conlleva.
Si bien considero redundante remarcar el impacto de la deforestación en el calentamiento global, me voy a detener un párrafo para aquellos que no creen que esta teoría es cierta. Todos, calentamientoglobalcreyentes y nocreyentes, coinciden en que el dióxido de carbono (CO2) no se puede respirar. Entonces, ¿para qué producirlo, produzca o no calentamiento global? Siempre me imaginé preguntándole a un escéptico si respiraría un pedo si su organismo lo permitiera. Hace unos días, Romina Picolotti (tirando manotazos de ahogado) presentó el reporte argentino que será presentado ante la Convención sobre Cambio Climático de la ONU, en el cual se asegura que "la contaminación que produce el ganado se ubica en el tercer lugar, con el 20 por ciento del total de los GEI (gases de efecto invernadero) emitidos por Argentina". El proceso es a través de la emisión de gas metano, cuatro veces más nocivo que el CO2. Sí, ya te lo imaginaste, lector. El metano es ese gas. Pero el olor se lo da el azufre proveniente del metabolismo de las proteínas.
El primer lugar se lo lleva el dióxido de carbono por generación y consumo de energía en el sector industrial y residencial (27,9%) y luego el óxido nitroso en suelos agrícolas (23,1%), con lo cual la actividad agrícolo-ganadera se lleva el 43,1%.
Bien, hasta ahora tenemos que la principal actividad económica argentina es responsable de ese 0,5% que aporta nuestro país a la producción de gases invernaderos en el mundo. Poco, pero en promedio per cápita, superior a Brasil o la India.
En Argentina entre 1998 y 2002 desaparecieron 781.930 hectáreas, pero en los últimos cuatro años el proceso se acentuó y los desmontes arrasaron con 1.108.669 hectáreas, es decir casi la superficie de Bélgica. Y eso sin contar las hectáreas -no necesariamente de bosques, pero inutilizables por varios años- perdidas frente al fuego.
Hectáreas, vacas, árboles, pedos, CO2. En esos montes, en esas tierras abrasadas, vive gente. Aborígenes, lugareños, doñajovitas, llamalos como quieras. Gente, que es desalojada del terruño que por generaciones han habitado. Como los Sin Tierra de Brasil. Como el Movimiento Campesino de Córdoba. Como los aborígenes del Chaco y Santiago del Estero.
¿Qué carajo importa el art. 75 de la Constitución Nacional, agregado en la última reforma de 1994? ¿Para qué carajo hay tantas leyes de desmonte en las provincias?
Mientras tanto, se 'reubica' gente y se los reemplaza con soja. Más tarde vendrá la inundación. Y las enfermedades reemergentes, como la leishmaniasis en el Norte y la leptospirosis en el Litoral.
¿No podemos encontrar un equilibrio? Desde este lugarcito y con toda humildad, sin creerme dueño de la verdad ni creerme un sabio del tema, voy a formular propuestas. Como un ejercicio de la esperanza. Propongo sumar, a la prohibición de extender la frontera agrícolo-ganadera, un crédito de bajo interés para que los pequeños inversionistas del sector en vez de comprar hectáreas de monte en provincias históricamente yermas (historia antigua desde que irrumpieron en escena la soja, el biodiesel y la genética animal) como las del Norte, compren o arrenden a sus propietarios las tierras (mucho más valuadas) que no producen en Córdoba, Santa Fe, La Pampa, San Luis, etc. Y un plan de incentivo y desarrollo a los pequeños y medianos productores, que organizados en cooperativas no queden desamparados frente al poderío económico de los grandes -y se estimule su participación como actores de regulación del precio-. Propongo subsidios para la ganadería (que estimo serán pronto anunciados en un eventual gobierno de Cristina Fernández), destinados a la producción y cría -el eslabón menos rentable de la cadena- y de esa manera se aprovecharía mucho mejor la tierra, sin recurrir a nuevos desmontes y desalojos.
Propongo, sin ser un realista que pide lo imposible, una reforma agraria de la concha de la lora.
"No quiero flores en mi tumba porque sé que irán a arrancarlas a la selva. Sólo quiero que mi muerte sirva para acabar con la impunidad de los matones que cuentan con la protección de la policía de Acre y que desde 1975 han matado en la zona rural a más de 50 personas como yo, líderes seringueiros empeñados en salvar la selva amazónica y en demostrar que el progreso sin destrucción es posible."
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