Los que estamos en los veintitantos no sabemos para donde agarrar. Ver nuestros sueños, rotos, tan pronto. Y los de nuestros padres. O no tener sueños. No tener en qué creer. No saber quiénes somos por no tener una meta hacia la cual caminar. No tener… No ser…
Cuando estás en la secundaria y primeros años de la facu pensás que todo puede ser tan fácil nomás si te lo proponés. Si estudiás, vas a aprobar; si tenés buen promedio, vas a conseguir un buen laburo; si te ponés de novio con una buena chica y la tratás como el manual cursi del Caballero indica, nunca van a necesitar algo más, ninguno de los dos. Hasta que un día te das cuenta de que entre tu novia y vos las cosas ya no van. Ya no existe la alegría de saber que la vas a ver de vuelta. La culpás de no verte más con tus amigos, que siguen de joda igual que siempre.
Querés más libertad. Querés recuperar alegría. La felicidad. Hasta que un día se termina esa relación que empezaste con tanta emoción. Y te pasás años buscando esa emoción de vuelta. Y probablemente no la encuentres más. Bienvenido al amor maduro.
Cuando estás en la secundaria y primeros años de la facu pensás que todo puede ser tan fácil nomás si te lo proponés. Si estudiás, vas a aprobar; si tenés buen promedio, vas a conseguir un buen laburo; si te ponés de novio con una buena chica y la tratás como el manual cursi del Caballero indica, nunca van a necesitar algo más, ninguno de los dos. Hasta que un día te das cuenta de que entre tu novia y vos las cosas ya no van. Ya no existe la alegría de saber que la vas a ver de vuelta. La culpás de no verte más con tus amigos, que siguen de joda igual que siempre.
Querés más libertad. Querés recuperar alegría. La felicidad. Hasta que un día se termina esa relación que empezaste con tanta emoción. Y te pasás años buscando esa emoción de vuelta. Y probablemente no la encuentres más. Bienvenido al amor maduro.
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