Cuando escuché este comentario de boca de un conocido de mis viejos, no pude hacer otra cosa más que argumentarle, pausada y sarcásticamente, que su generación estaba en grandísima deuda con esta “juventud boluda” y, por sobre todo, consigo mismos.
- “¿Qué esperan de mi generación?” – le respondí. “¿Qué quieren decir con ‘boludismo’ que no haya sido también un error de ustedes cuando tuvieron mi edad?”. Y le recordé que cuando él tenía 24 años, exactamente mi edad, corría el año 1977 y el plan económico de José Martínez de Hoz estaba en pleno auge. Todos saben que un engendro financiero como aquel no podía sostenerse a futuro, menos los que lo negaron primero para no sentirse culpables después. Y le recordé que los jóvenes de su generación echaron a los militares de Plaza de Mayo en 1973 al canto de “se van, se van, y nunca volverán”, tan sólo para agradecer un nuevo golpe 3 años después. Y le recordé que mientras él celebraba que “al fin se acabó la subversión”, los métodos utilizados para combatirla lo horrorizaron 7 años después, y aún hoy sigue admitiendo que “a los milicos se les fue la mano”. Y le recordé que su generación votó a Menem y la continuidad de un plan que nos había hundido 13 años antes. Y le recordé que su generación que durante años creyó en “rompete el lomo y vas a triunfar”, “estudiá y sé alguien en la vida, no hagas como yo”, mi generación recibe como legado las lágrimas de estos cincuentones que tienen la vida partida al medio, en el mejor de los casos recuperándose de las cíclicas crisis económicas que su idea de “ciudadanía” ayudó a prohijar. Finalicé mi argumentación con un terminante “así que callensé y no nos rompan más las pelotas porque a nosotros nos toca empezar desde menos 10, ya hicieron todo lo que no tenían que hacer”, a lo cual interpuso peros sin más razón que la testadurez de la negación del error. Mi papá, sabio desde su humildad de laburante, asentía a cada una de mis sentencias. Si yo tuviera la fuerza de mi papá…
- “¿Qué esperan de mi generación?” – le respondí. “¿Qué quieren decir con ‘boludismo’ que no haya sido también un error de ustedes cuando tuvieron mi edad?”. Y le recordé que cuando él tenía 24 años, exactamente mi edad, corría el año 1977 y el plan económico de José Martínez de Hoz estaba en pleno auge. Todos saben que un engendro financiero como aquel no podía sostenerse a futuro, menos los que lo negaron primero para no sentirse culpables después. Y le recordé que los jóvenes de su generación echaron a los militares de Plaza de Mayo en 1973 al canto de “se van, se van, y nunca volverán”, tan sólo para agradecer un nuevo golpe 3 años después. Y le recordé que mientras él celebraba que “al fin se acabó la subversión”, los métodos utilizados para combatirla lo horrorizaron 7 años después, y aún hoy sigue admitiendo que “a los milicos se les fue la mano”. Y le recordé que su generación votó a Menem y la continuidad de un plan que nos había hundido 13 años antes. Y le recordé que su generación que durante años creyó en “rompete el lomo y vas a triunfar”, “estudiá y sé alguien en la vida, no hagas como yo”, mi generación recibe como legado las lágrimas de estos cincuentones que tienen la vida partida al medio, en el mejor de los casos recuperándose de las cíclicas crisis económicas que su idea de “ciudadanía” ayudó a prohijar. Finalicé mi argumentación con un terminante “así que callensé y no nos rompan más las pelotas porque a nosotros nos toca empezar desde menos 10, ya hicieron todo lo que no tenían que hacer”, a lo cual interpuso peros sin más razón que la testadurez de la negación del error. Mi papá, sabio desde su humildad de laburante, asentía a cada una de mis sentencias. Si yo tuviera la fuerza de mi papá…
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