sábado, 20 de diciembre de 2008

No Country for Poor Men

Siete años después del incendio, del fin, de la debacle, Argentina repasa la agenda del cambio. En 2005 el país se asqueaba con la historia de Avelino Vega, el puestero de la Puna catamarqueña que tuvo que recorrer 20 kilómetros a pie, con 15º bajo cero, hasta el hospital más próximo para que atendieran a su hija Nelly, una argentina desnutrida de 3 años de edad.

La noticia sonó, gritó, aulló: un poblado de los Andes está incomunicado por vía terrestre. Los políticos clamaron, anunciaron, prometieron: Río Grande tendría su camino consolidado a Fiambalá.


En julio de este año el camino era un dibujo nunca terminado. Eso es cosa de adultos. Ni los niños cuando pasan hambre dejan un dibujo sin terminar.

Y bajó, fría como la nieve, desapercibida como la neblina de madrugada, ausente como el Estado, la noticia: otro papá de Río Grande tuvo que llevar a su hija al hospital.

Angélica no llegó. Cuatro días eran demasiada ventaja para unos microbios derrotados hace 60 años.

Y mientras la lluvia moja el cuerpito inocente de la nenita catamarqueña, nadie quiere repatriar a las familias de la Puna.

Cuando se me pase el asco vuelvo.

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